viernes, 6 de mayo de 2016

Sin ti no soy nada -o dependencia emocional-.


Amar no es sinónimo de sufrir, y aunque pueda parecer una afirmación obvia, lo cierto es que es necesario recordarlo a veces.

“Sin ti no soy nada”, “No puedo vivir sin ti”, “Si me dices ven lo dejo todo”. Indudablemente, el amor es una esencia elemental en nuestras vidas, y su obtención, una necesidad básica del ser humano. Sin embargo, cuando esta necesidad afectiva se convierte en una necesidad extrema y continua que obliga a satisfacerla en el ámbito de las relaciones de pareja, se convierte en dependencia emocional, y gran parte de la vida de estas personas gira en torno al amor.

Las personas dependientes temen a la ruptura y a la soledad. Sin pareja se sienten abandonadas, solas ante el “peligro”, como ni no pudieran enfrentarse al mundo si no es en compañía de alguien, y ese alguien lo focalizan en la pareja. Ese temor, ese miedo, lleva a la tendencia de encadenar relaciones. Estas personas –no todas- suelen ennoviarse desde la adolescencia, o desde muy jóvenes, estando de una manera u otra con alguien. Tras una ruptura, por muy catastrófica o insatisfactoria que haya sido la relación, intentan reanudarla o bien buscan a otra persona que cubra esa necesidad tan extrema de estar acompañadas de alguien. Así pues, aunque este patrón se pueda dar únicamente en una relación, lo habitual es que se suela repetir a lo largo de todas ellas. Los pensamientos, emociones y conductas que refieren a estas personas dependientes vendrían a responder a una (baja) autoestima que depende más del exterior, en vez de confiar en uno mismo. Se trata de amores “descompensado” donde se ama mucho al otro y muy poco a uno mismo.

A menudo puede darse que la persona dependiente busque a una pareja más dominante para crear de esta forma una especie de equilibrio, el cual ni es positivo ni sano para ninguna de las partes. Es más, en cierta manera, estas relaciones se pueden ver a largo plazo como una adicción, en la cual la vida de la persona dependiente se restringe, como ya hemos comentado, a su relación de pareja, y sus sentimientos oscilan en función de la vida, sentimientos, y decisiones de la otra persona, anteponiendo así en todo momento las necesidades de sus parejas a las suyas. Se crea una especie de círculo vicioso en el que la persona enfoca su prioridad en su relación sentimental y se distancia de su círculo de apoyo, a los que puede llegar a considerar una amenaza en su relación. Como resultado, la persona termina apoyándose cada vez más en su pareja, y por lo tanto, la dependencia aumenta.

Ante esta situación, en los casos más extremos, el deterioro social, familiar, laboral y personal del dependiente emocional puede llegar a ser tremendo. La dependencia emocional en sí no es una enfermedad, pero sí puede ser un detonante para otras patologías como la ansiedad, depresión y otra serie de trastornos.

Por tanto, es fundamental intervenir para cortar con los daños que provoca ese patrón de relacionarse. Acudir a terapia puede ser de gran ayuda, pero para ello, lo primero y esencial es ser capaz de reconocer que hay un problema. Reforzar la autoestima, superar el miedo a perder a la otra persona, saber que "Yo soy yo y tú eres tú",  y tener claro que nadie va a poder cubrir las necesidades afectivas de uno mismo y que sólo nosotros podemos hacerlo, serán algunas de las líneas claves la terapia.

Por último, finalizar este artículo destacando tres pilares fundamentales que deberíamos tener grabados a fuego:
1. Aunque la dependencia hacia una persona pueda parecer amor, realmente no es lo es. 
2. La persona que quieres o amas es una parte importante de tu vida pero no la única. Cuando tienes  aficiones, pasiones y opiniones propias, enriqueces la relación; cuando te anulas la empobreces.
3. Sin ti no soy nada . Sin mí no soy nada.